No es fácil ver el cielo en Beijing. Unas veces por las tormentas, otras por las nieblas y la mayoría de los días por la contaminación palpable que envuelve la ciudad, la atmósfera se convierte en una masa fantasmagórica entre la que se vislumbran los edificios. De noche no se ven las estrellas, tan sólo unos destellos intermitentes destacan en las alturas por cualquier parte de la ciudad. Son los trabajadores de la construcción que continúan soldando acero encaramados en las estructuras de las nuevas torres que se extienden en cualquier dirección. La urbe se transforma de día y de noche, cambia, se renueva y se expande imparable como un organismo vivo.
El mismo escenario se repite en la mayoría de las ciudades chinas, su desarrollo urbano es evidente, su crecimiento se puede contemplar en días, en horas. Esas transformaciones formales y tangibles son el resultado de un cambio más profundo, el que está experimentando la sociedad china. El factor sociológico es fundamental para entender un país que se está construyendo a sí mismo, una sociedad que está impulsando un cambio –sin duda orquestado desde arriba en una larga búsqueda hacia la modernidad- pero con una energía contagiosa que alimenta la admiración y el prejuicio con las que las gastadas economías occidentales fijan sus ojos en él.
El país más poblado del mundo ha visto nacer una incipiente clase social media que aspira a acceder a mejores oportunidades laborales y con un marcado carácter urbano y consumista, todo ello sumado a la particular situación demográfica que provoca la política del hijo único. A su vez, y como consecuencia de las nuevas oportunidades que han surgido en desarrollo de los diversos sectores del país, prolifera una nueva clase alta ávida de exclusividad y artículos de lujo.
El desarrollo urbano es siempre un medidor de la actividad económica. Europa hoy sufre las consecuencias de una crisis influenciada por las burbujas inmobiliarias. El boom de la construcción que ha transformado las ciudades del viejo continente ha dejado en varios países un excedente de viviendas deshabitadas, obras paradas y proyectos cancelados. Mientras Europa tiene por delante la tarea de reinventar su modelo de desarrollo, China se encuentra en un momento optimista en el que la arquitectura debe responder a nuevas interpretaciones del espacio doméstico, a nuevas relaciones entre las personas y a las expectativas de un futuro soñado, un cambio de vida. Buena parte de la sociedad china demanda novedad, ruptura con los modelos de ciudad obsoletos y símbolos que representen una identidad basada en la diferencia.
Los cambios sociales y el aumento demográfico han puesto a las ciudades chinas en una situación de crecimiento y una necesidad de expansión que supera la capacidad de su incipiente planeamiento urbanístico. Los paisajes de las nuevas ciudades a menudo evocan los radicales proyectos de tabula rasa planteados en la Europa de principios del siglo XX. Los postulados de Le Corbusier, partidario de romper con la arquitectura del pasado para construir la del futuro, y su controvertida propuesta de demolición de los centros urbanos para ocupar el espacio con gigantes rascacielos dispuestos en un orden militar, parecen ser los principios con los que la sociedad china ha abanderado su futuro.
Ahora bien, si la forma nos puede recordar a las ideas vanguardistas del programa urbanístico del movimiento moderno, la situación china poco tiene que ver con su fondo. Como ocurre en otros países en vías de desarrollo, la importación y aplicación de modelos extranjeros, no sólo desde el punto de vista arquitectónico, sino también a nivel tecnológico y sociocultural, es parte clave del rápido crecimiento de China. Cuando la expansión de los centros urbanos supera su propia capacidad natural para ser pensados y planificados, la única forma de satisfacer la demanda es adoptar modelos existentes y crear patrones que se repiten.
Por otro lado, las políticas graduales de migración a las ciudades y el control sobre el desarrollo de las diferentes áreas del país, a fin de equilibrar sus economías, dibujan un panorama de modernización muy especial y contrastado que se ve acentuado por la gestión del suelo –propiedad del estado-, y el singular método de control sobre su aprovechamiento y uso.
De norte a sur del país, resulta sorprendente ver extensas zonas residenciales construidas siguiendo un mismo modelo y tipología: bloques lineales de dos viviendas por cada núcleo de escalera orientados en dirección norte-sur con zonas ajardinadas intermedias. Sus fachadas suelen reproducir estilos arquitectónicos europeos, y el mercado inmobiliario utiliza a menudo estrategias de marketing enfocadas no tanto a las características de la edificación sino a ofrecer nuevos valores asociados a la distinción, el lujo y la posición social elevada que supone una forma de vida basada en los modelos foráneos.
Estos complejos de alta densidad, generalmente aislados de la trama urbana y profundamente dependientes del vehículo privado como única forma de acceso se constituyen como pequeños guetos de sabor occidental que paradójicamente emulan una idea de modernidad propiamente forjada en China.
El uso extensivo de un patrón de desarrollo único se pone de manifiesto cuando las condiciones del territorio son adversas. En el último año AQSO ha trabajado junto con LKS ingeniería en un plan estratégico de planeamiento urbano para la ciudad de Pengshui, situada en el suroeste del país, en el municipio de Chongqing. La actuación de más de 3.000 hectáreas cubre el centro de la ciudad situado en la confluencia de los ríos Yangtzé y Wujiang y otros cuatro distritos, en una zona de agrestes montañas. Buena parte de las transformaciones recientes que ha sufrido la ciudad han desencadenado problemas que responden a un aprovechamiento del uso del suelo erróneo, propio de zonas de llanura, -con torres de viviendas- pero que difícilmente se adapta a la topografía del lugar. La ciudad necesita modelos de desarrollo adaptados al territorio que el mercado inmobiliario actual ha sido incapaz de investigar y ofrecer. Si en su momento el núcleo urbano se adaptó al lugar, el rápido crecimiento actual se ha visto obligado a satisfacer la demanda de vivienda usando un modelo convencional residencial de alta densidad estándar.
En contraste a esta fórmula profusamente extendida y explotada por un boom inmobiliario cada vez más latente, la ciudad consolidada convive manteniendo un modelo diametralmente opuesto. Barrios tradicionales como los hútòng de Beijing se constituyen como zonas de baja densidad donde la diversidad de usos, la interacción social y la movilidad urbana se acercan paradójicamente a los modelos de ciudad compacta y sostenible que Europa ha adoptado desde la postmodernidad.
Es precisamente este conjunto variado de contrastes el que dibuja el panorama arquitectónico de la China actual. Tras una búsqueda de la modernidad más o menos conciliada con las tradiciones del pasado, el resultado es un tapiz multicultural donde factores asociados a la repetición crean espacios urbanos heterogéneos y diferenciados a una cierta escala, pero homogéneos en su conjunto. Un vasto escenario poblado de ciudades similares que en ocasiones parecen totalmente idénticas, fruto de un mismo proceso, pero en cuyos tejidos urbanos se encuentran disparidades imposibles, mezclas incongruentes y en definitiva una repetida diversidad que se traduce en personalidad propia, pero en ningún caso diferenciadora.
La identidad de una ciudad no pasa tanto por la construcción de edificios estratégicos de carácter iconográfico, que sin duda cualifican un lugar y pueden actuar como catalizadores de un cambio, sino más bien por una planificación urbana ligada al territorio, la búsqueda singular de modelos de desarrollo específicos al lugar. El proyecto de investigación Hutópolis, que involucra a estudiantes europeos en la exploración de nuevas fórmulas de desarrollo urbano basadas en los principios de los tradicionales hútòng, pretende descubrir soluciones urbanas, sociales y arquitectónicas que aporten alternativas al salto en el modelo de ciudad que se está produciendo en China.
El desarrollo urbano en definitiva no es tanto un proceso cuantificable en su producción, extensión de la ciudad o velocidad de ocupación del suelo, sino que como proceso mismo se define a través del tiempo, a través de los cambios y transformaciones del espacio para cubrir las necesidades de sus habitantes. Es por tanto un proceso tan generativo como regenerativo, tan constructivo como destructivo. La transformación que está experimentando China ha comenzado por un crecimiento espectacular que satisface las necesidades del futuro más inmediato, pero tendrá que consolidarse en sucesivos cambios y adaptaciones. Bajo una clara atmósfera la ciudad mostrará su evolución para seguir mutando. La arquitectura tiene el reto de afrontar evoluciones que darán lugar a una identidad propia, a la generación de nuevas tipologías y a la consolidación de una creatividad sensible con la historia, el futuro y el pasado.