Los partidarios de preservar el carácter histórico de la ciudad suelen citar la homogeneidad como un criterio fundamental de conservación urbana. Sin embargo, la arquitectura y la forma en la que se planifican las ciudades en relación con el contexto humano no son factores estáticos, siempre están cambiando y evolucionando a medida que la ciudad crece.
Esta evolución es fruto de un proceso de construcción y destrucción constante. Como arquitectos, nuestro objetivo es generar un lenguaje contemporáneo cercano que incorpore la verdadera identidad de la heterogeneidad urbana. Ciertos factores determinados son indicativos del éxito de la diversidad de una ciudad, y éstos sirven además para predecir que localidades destacan sobre otras al respecto.
Variedad y orden
Una interpretación extrema de los parámetros urbanos puede convertir una ciudad en un espacio desconcertante o alienante. Un caos excesivo conduce a la confusión y la desorientación, un orden estricto, por el contrario, se traduce en una metrópoli monótona, aburrida y gris. La diversidad urbana ejemplar, por tanto, es un cuidado equilibrio entre variedad y orden. Por ejemplo, la repetición de ciertas tipologías de edificios que se construyen de manera uniforme se puede combinar con otros parámetros de diseño cambiantes como la composición o el color de las fachadas, para mantener una variedad en armonía.
Vitalidad
Ciertas ciudades poseen un encanto y atractivo indiscutible. Este carácter cautivador se basa en otro de los criterios esenciales de la diversidad urbana: la vitalidad palpable de sus habitantes.
La cohesión social es lo que realmente une una ciudad. Los seres humanos necesitan establecer vínculos y esta interacción solo se puede lograr cuando se dan las condiciones espaciales necesarias dentro del tejido urbano. Las personas, en definitiva, son las que personalizan el espacio público, su libertad de expresión es la que sin duda genera el dinamismo y la microeconomía de las relaciones humanas. Esta unidad colectiva de pequeña escala es la que constituye la economía de un centro urbano.
Densidad
El sueño americano de poseer una residencia unifamiliar ha sido un modelo sobre el que se han basado numerosas ciudades en todo el mundo. Este modelo urbano no solo es insostenible en cuanto a recursos y la cantidad de suelo que requiere, sino que también fomenta situaciones de aislamiento y privacidad extrema.
El tejido social en una ciudad es un caldo de cultivo que precisa de un entorno urbano compacto. La diversidad de espacios comerciales, residenciales y de uso mixto deben estar mezclada con zonas públicas en una proporción adecuada. Una excelente plaza o un exuberante pulmón verde es suficiente para nutrir el aspecto socio ambiental de la ciudad.
Orientación y escala
Los hitos arquitectónicos sin duda funcionan como señales de orientación. Sin embargo, además de edificios icónicos reconocibles en la distancia, la ciudad debe contar con una proporción a escala humana que permita una navegación a diferentes velocidades y no solo sucumbir exclusivamente a las vías para vehículos en movimiento.
La diversidad urbana requiere ciudades transitables. Los centros urbanos no solo deben ser amables con las personas, sino que también inducir a prácticas saludables para los residentes en conexión con el medioambiente.
Carácter
La cultura local que se integra y enraíza en un núcleo urbano hace que una ciudad sea única. Paradójicamente, los centros urbanos con altas tasas de turismo corren peligro de perder ese carácter, a menudo atribuido a esta composición distintiva de un contexto local reconocible junto con otros factores como el clima, la historia, la arquitectura y tradiciones sociales de sus residentes.
Estos entre otros elementos nos ayudan a entender por qué ciertas ciudades poseen un cierto magnetismo o han perdido su atractivo. El carácter urbano es una mezcla heterogénea de aspectos socioeconómicos, ambientales y políticos. A menudo, las ciudades más atractivas y que consiguen un equilibrio son aquellas que promueven la diversidad urbana.